miércoles, 21 de diciembre de 2011

ÁNGEL SANZ BRIZ, EL "ÁNGEL DE BUDAPEST"

Zaragoza, 1910 - Roma (Italia), 1980

Por Sandra Claros Parra

Es por todos conocida la historia de Oskar Schindler, ese alemán que con su fábrica salvó a unos 1.200 judíos del conocido ‘holocausto nazi’. La excelente película de Spielberg (La lista de Schindler, 1993) es la responsable de que la gran masa conozca este hecho tan importante. Pero hubo más personas, muchas más personas, hoy todavía desconocidas, que arriesgaron sus vidas para ayudar a los más desfavorecidos en aquella época, cuando lo fácil hubiera sido abandonarlos a su suerte. Una de ellas fue el diplomático español Ángel Sanz Briz, que, con la ayuda del también diplomático italiano Giorgio Perlasca e inspirado por Miguel Ángel de Muguiro, Raoul Wallenberg, Ángelo Rota y Carl Lutz, consiguió salvar más de 5.000 vidas. Sanz Briz, siendo embajador de España en Hungría durante la ocupación de este país por las tropas alemanas, logró evitar que miles de judíos terminaran en los campos de concentración nazis. Para lograr tal fin, tuvo que emplear altas dosis de perspicacia, riesgo pe
rsonal y valentía. El escenario de toda la acción fue la capital húngara, Budapest, poco antes de que el régimen nazi se decidiese por la ‘solución final’, en los últimos años de la II Guerra Mundial, guerra en la cual España se mantuvo como no beligerante.

Primeros pasos Ángel Sanz Briz nació en Zaragoza el 28 de Septiembre de 1910. Procedente de una familia de comerciantes y militares, después de estudiar Derecho, ingresó en la Escuela Diplomática en 1943. Al comenzar la Guerra Civil española, se alistó voluntariamente en las filas de las tropas franquistas como conductor de camiones del Cuerpo del Ejército Marroquí y, una vez finalizada la contienda, obtuvo su primer destino diplomático como Encargado de Negocios en El Cairo (Egipto).

En 1942 abandona El Cairo y es destinado a la legación húngara, donde acudió recién casado con Adela Quijano. Pero por ese tiempo, a las puertas del país centroeuropeo a que había sido destinado, se libraba la II Guerra Mundial. Poco duró la serenidad y la vida de Sanz Briz cambió completamente. Las barbaridades que estaban llevando a cabo los nazis contra la indefensa población de etnia judía impidieron que Sanz Briz pudiese ejercer su gestión de manera tranquila. El zaragozano no pudo mirar hacia otro lado y comportarse como un espectador indiferente ante aquel terrible espectáculo.


La invasión de Hungría
En marzo de 1944, la guerra estaba perdida para el Tercer Reich. Los tropas rusas avanzaban decididas por el Este y, al otro lado del canal de La Mancha, se ultimaban los preparativos para un desembarco de los aliados en Normandía.

Ante tal situación, Hitler, temiendo perder el control de su influencia por el Este, decide la ocupación militar absoluta de Hungría, hasta entonces aliada del Eje, y, tras la invasión, el propio Adolf Eichmann se traslada al país para supervisar los planes de exterminio de la comunidad judía.

En junio de 1944, los ejércitos aliados inician sus bombardeos sobre la ciudad y las embajadas de los distintos países comenzaron a abandonar la capital del país. Sanz Briz no abandona su destino y permanece en Budapest, ya que España era un país neutral (pero afín a los alemanes) y había que defender los intereses de los ciudadanos españoles.

Las deportaciones de judíos húngaros a los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau, tras implantar el Reich las leyes antisemitas, no tardaron en llegar. Los judíos son perseguidos, obligados a registrase y a coserse en la ropa la estrella de David como señal distintiva, para después ser enviados en trenes hasta los campos de concentración, de los que la gran mayoría no saldría. Sanz Briz fue testigo de cómo los judíos desaparecían o eran asesinados. Pero no se quedó quieto ante la barbarie de las temidas SS. El zaragozano puso en marcha su ingenio y temple diplomático para salvar a todos aquellos que pudiese.


La puesta en marcha. Colaboradores
Desde la legación española, Sanz Briz envía al Gobierno de Madrid la petición de ayuda para frenar las crueldades nazis. No se recibió respuesta, aunque en la capital española se sabían de antemano las intenciones de Hitler en Hungría. Miguel Ángel de Muguiro, encargado de Negocios en la legación española de Budapest, escribe a Madrid escandalizado ante la situación.

Un año antes, el secretario de la Embajada española en Berlín, Federico Olivar, había escrito al Ministerio de Asuntos Exteriores pidiendo autorización para ayudar a los judíos del exterminio de que estaban siendo objeto por parte del III Reich. Con una pericia inusitada, el también diplomático español Miguel Ángel de Muguiro, titular de la Embajada española en Budapest, en connivencia con Olivar, rescata un viejo decreto promulgado por la Dictadura de Primo de Rivera en 1924 que daba la posibilidad de conceder la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes expulsados de España por los Reyes Católicos (descendientes de judíos que vivieron en España hasta 1492). Lo que no sabían los alemanes era que la Ley había sido derogada por la II República en 1931. De esta manera, en un primer arrojo de gallardía, consiguen visados españoles y enviar a Tánger un cargamento de 500 niños, destinados a la cámara de gas en Polonia.

Pero el gesto de Muguiro despertó el recelo de los nazis y los húngaros, quienes presentan una hoja de protesta ante su superior en Madrid a fin de que cese en su puesto en la Embajada. Madrid no tiene más remedio que deponer a Muguiro y deja la titularidad de la legación en manos de su secretario, Sanz Briz, quien se convierte así en el responsable principal de la embajada española en Budapest. No sabían húngaros y alemanes que el nuevo embajador estaba metido en el ajo del salvamento de judíos.

Junto a Giorgio Perlasca, un italiano que había luchado en la Guerra Civil, perfecciona la idea de Muguiro. Había que hacer lo mismo, pero sin levantar sospechas, lo cual exigía una nueva y mejor planificación. Puestos de acuerdo, entran en escena. Perlasca simula su nacionalización española, a cuyo efecto cambia su nombre por el de Jorge para hacerlo todo más creíble, y es contratado en la Embajada.

Mientras están pergeñando su estrategia liberadora, Sanz Briz colabora, entre otros, con el embajador sueco Raoul Wallenberg. Este diplomático sueco había logrado convencer al Ministerio de Asuntos Exteriores de su país para que lo enviasen a Budapest con una misión clara: salvar judíos. A Wallenberg se le atribuye la vida de unos 40.000 judíos húngaros. Sanz Briz cooperó también con el Nuncio Apostólico Angelo Rota, el cónsul suizo Carl Lutz y muchos otros diplomáticos que atendían una red clandestina de salvamento. Lutz había creado unos salvoconductos llamados “schutzbriefe”, unos suerte de visados de protección que, entre los judíos, tomó el nombre de “certificados de vida”. Éste fue el modelo que inspiró al zaragozano.

Sanz Briz dio un nuevo paso y envía al gobernador nazi Adolf Eichmann una carta rindiéndole cortesías, a la que adjuntaba una sustanciosa donación económica para garantizar el respeto a los españoles por parte de las SS (fuerzas nazis de represión). Los nazis desconocían el número exacto de sefardíes; no obstante, tras previo pago y suponiendo que se trataba de pocos, estarían dispuestos a ceder. Como resultas de una astuta y bien urdida gestión negociadora, la Embajada española obtiene 200 salvoconductos sólo para sefardíes. Pero arriesgando su propia vida, y poniendo en práctica tetra que asombra por su genialidad, Sanz Briz logra conceder estos visados a 5.200 judíos, auque de éstos, sólo 200 tenían raíces españolas.


El ingenio de Sanz Briz
Ahí llegó la picaresca española. ¿Cómo con 200 salvoconductos, cada uno de ellos válido para un solo titular, se pueden salvar a más de 5.000 personas? El propio Sanz Briz explicó años más tarde que los 200 documentos que le habían sido concedidos los convirtió en una suerte de visados familiares; por tanto, válidos para 200 familias. Además, la numeración de los documentos cedidos por los nazis se descompuso en muchísimas series, cada una diferenciada con las letras del alfabeto; es decir, además de que cada documento era para 4 ó 5 personas, cada número estaba compuesto de series: 134-A, 134-B, 134-C, 134-D... De esta manera, las 200 familias se multiplicaron indefinidamente. Sólo había que tener suma precaución en no expedir un documento que llevase el número superior al 200.

Un ejemplo de salvoconducto es el siguiente:

“Certifico que Mor Mannheim, nacido en 1907, residente en Budapest, calle de Katona Jozsef, 41, ha solicitado, a través de sus parientes en España, la adquisición de la nacionalidad española. La legación de España ha sido autorizada a extenderle un visado de entrada en España antes de que se concluyan los trámites que dicha solicitud debe seguir.”



Y como se ha referido unas líneas precedentes, los salvoconductos se expidieron a más de 5.000 judíos, muchos de los cuales no tenían nada que ver con descendientes de sefardíes.

Dada la situación de persecución generalizada que reinaba en el país, sólo faltaba resguardarlos de las garras de las SS. Mientras las autoridades húngaras tramitaban los salvoconductos, Sanz Briz, con su propio dinero, alquiló inmuebles para cobijar a sus españoles, alimentarlos y proporcionales atención médica. Los refugiados sólo podían salir a la calle un rato por la mañana. Por seguridad, hizo poner en las puertas y fachas de estos edificios un cartel: “Anejo a la Legación de España. Edificio extraterritorial”, por tanto, territorio extranjero. Allí, permanecerían hasta que Sanz Briz consiguiera un medio de transporte hacia Suiza, España o cualquier otro país donde estuvieran a salvo.


El final de la guerra y la vuelta a España
A finales de 1944, la caída de Budapest en manos del Ejército Rojo parece inminente. Como la España franquista no mantenía relaciones diplomáticas con la URSS, Sanz Briz recibe la orden de abandonar la capital y trasladarse a Suiza. Previamente, el español dejó toda la infraestructura que había organizado en manos de sus colaboradores, entre los que hay que destacar a Giorgio Perlasca, quien, declarando ser cónsul español en Budapest, continuó su labor utilizando documentos de identidad españoles falsificados por él mismo. De esta manera, se consiguió mantener a salvo a los judíos hasta el 16 de enero de 1945, fecha en que los soviéticos entran en Budapest. La entrada soviética liberó de la represión a los judíos húngaros.

De regreso a España, el aragonés no recibió ninguna felicitación ni censura por su labor, aunque como buen cristiano, no esperaba nada a cambio: lo importante era salvar vidas y eso lo había logrado, cosa que se demuestra en las palabras de su hija, Adela Sanz-Briz, durante el homenaje concedido al diplomático por el Ministerio de Exteriores el 27 de octubre de 2008: “A lo largo de su carrera, mi padre siempre nos decía: lo que tuve el privilegio de hacer en Budapest es lo más importante que he hecho en mi vida”.

Entre 1946 y 1960 estuvo al frente de varias embajadas, legaciones y consulados, entre ellas, la de Lima, Berna, Vaticano y Bayona. En 1960, fue nombrado embajador en Guatemala, donde recibió la Gran Cruz de la Orden del Quetzal. En 1962, fue destinado a Estados Unidos, donde continuó su carrera diplomática en San Francisco y Washington y desempeñó el cargo de cónsul general en Nueva York. En 1964, fue embajador en Perú, país que le otorgó la Gran Cruz de la Orden del Sol. Años más tarde, en la Embajada de Holanda, le concedieron la Gran Cruz de la Orden de Orange-Nassau. A continuación, pasó unos años en Bélgica, y en 1973 se estableció en China, siendo el primer embajador español en Pekín, ante el régimen de Mao Tse-Thung. Su último destino fue el Vaticano, en 1976, como embajador de España ante la Santa Sede, donde le concedieron la Gran Cruz de la Orden de San Gregorio Magno.


Fallecimiento de Sanz Briz

Durante su estancia en Roma, Ángel Sanz Briz fallece el 11 de junio de 1980. No era muy mayor. Le faltaban unos meses para cumplir sus 70 años. Con su muerte desaparecía un buen hombre, pero su huella por el mundo permanecería para siempre en la Historia de la Humanidad. Los sefarditas, utilizando su nombre de pila, le pusieron el sobrenombre de “Ángel de Budapest”, resumiendo así lo que ellos decían con frecuencia: “¡El si llamava angel y bivio como un angel! ¡Que alma bendicha! (Él se llamaba Ángel y vivió como un ángel ¡Qué alma más bendita!).

Los judíos en España es el título de un interesante libro publicado en 1973, donde el propio Sanz Briz relata a Federico Ysart las circunstancias mediante las cuales pudo salvar a tantos judíos.


Reconocimientos y distinciones En 1991, los herederos de Ángel Sanz Briz recibieron el título de “Justo entre las Naciones” de manos del Museo del Holocausto Yad Vashem, de Israel, y reconoció su benefactora y desinteresada acción, inscribiendo su nombre en el memorial del Holocausto junto a otros héroes, como el sueco Wallenberg y el alemán Schindler. En este museo se honra la memoria de seis millones de judíos europeos que fueron asesinados por el régimen nazi y sus colaboradores durante el III Reich. Tres años más tarde, el Gobierno del país escenario de toda la acción de Sanz Briz, le concedió, a título póstumo, la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara. Por otra parte, en 1995, el Gobierno húngaro, con motivo del 50.º aniversario del Holocausto, colocó una placa en uno de los edificios que sirvieron de albergues y refugio a los judíos, frente al parque de San Esteban de Budapest.

En España, Ángel Sanz Briz fue el primer diplomático español que apareció en un sello de correos y el Ayuntamiento de Madrid colocó una placa en su memoria en el portal de su casa de la calle Velázquez, que reza lo que sigue: “En esta casa vivió el embajador de España Ángel Sanz Briz, que salvó del Holocausto a miles de seres humanos en Budapest en el año 1944. Ayuntamiento de Madrid, 1996”. Fue distinguido con diferentes medallas y condecoraciones, entre ellas con la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, Comendador y Caballero de la Orden de Isabel la Católica y la Gran Cruz de Carlos III.

De igual manera, no fueron pocos los países que reconocieron sus méritos en defensa de los perseguidos. Así, entre otras distinciones, le fue concedida la Gran Cruz de Bélgica y la Gran Cruz de la Orden Pro Mérito Melitensi de Malta, y fue nombrado Comendador de la Corona de Italia y Oficial de la Orden de la Legión de Honor de Francia.

Por fin, en el Talmud puede leerse una frase que define la humanidad de nuestro compatriota: “Quien salva la vida de un hombre, salva al mundo entero”.