jueves, 23 de agosto de 2012

'Mi abuelo era electricista y puso la luz para el campo de Auschwitz perdón'

AFP | Varsovia 20/08/2012 Elmundo.es

Unas 300 personas, muchos de ellos descendientes de nazis alemanes, partieron este lunes del campo de concentración de Auschwitz para recorrer Polonia con descendientes de las víctimas, en una iniciativa bajo el epígrafe de 'Marcha por la vida y contra el antisemitismo'.

Organizada por una iglesia protestante e independiente alemana llamada TOS, con el concurso de otras iglesias protestantes y ONG de Polonia, la marcha pasará el viernes por el campo de Treblinka, a 100 kilometros al noroeste de Varsovia.

Por el camino, los participantes pasarán por los antiguos campos de concentración de Belzec (en el sureste), Majdanek (sureste), Sobibor (este) y Chelmno (centro), explicaron los organizadores.

"La idea se nos ha ocurrido a nosotros en Tubinga [al sur de Alemania), donde mucha gente ha descubierto estudiando la historia de su familia que sus propios antepasados estaban implicados en crímenes nazis", explicó a AFP Heinz Reuss, de la iglesia alemana TOS.

"Los participantes quieren pedir perdón por lo que hicieron sus abuelos y rompero esa suerte de conjura de silencio sopbre estos actos en Alemania", declaró otro de los organizadores, Zbigniew Judasz.

El inicio de la marcha estuvo precedido de una ceremonia en Bikkenau, otro de los símbolos, junto con Auschwitz, del Holocausto en el sur de Polonia. Una de las participantes, Bäerbel Pfeiffer, pidió perdón en un breve discurso pleno de emoción porque su abuelo, electricista, participó en la instalación de la luz en el recinto donde los nazis gasearon a miles de personas.

Peter Loth, un judío alemán nacido hace 70 años en el campo de Stutthof, cerca de Gdansk, y habitante de EEUU, evocó en primera persona los horrores del Holocausto.

sábado, 11 de agosto de 2012

Streltsov, el delantero que ‘murió’ en el Gulag

escrito por Juan José Mateo el 16/06/2012 para El Pais


Le llamaban el Pelé blanco, pero los obreros de la Zil, la fábrica madre de su equipo de fútbol, el Torpedo, no estaban de acuerdo: “Si Pelé bebiese tanto café como vodka bebe Streltsov, moriría”. La vida del delantero soviético (1937-1990) está resumida en el título de un libro: Mujeres, Vodka y Gulag,del italiano Marco Iaria. El ariete fue campeón olímpico en 1956, se clasificó séptimo en el Balón de Oro de 1957, debutó con un triplete goleador en la selección soviética, y no se enfrentó a España en la final de la Eurocopa de 1964 porque ya no se atrevía a beber, tratar con las mujeres y llevar el pelo cortado como los chavales británicos: tras cargar troncos a 40 grados bajo cero, trabajar en la transformación de uranio para un reactor nuclear o deslomarse en una mina de granito, ya no era el mismo. Aún tenía prohibido competir profesionalmente. A los 20 años, había sido declarado culpable de una violación que nunca quedó clara y se había pasado cinco años preso del Gulag, el duro sistema de trabajos forzados soviético.

“Aquellos cinco años en el Gulag le cambiaron profundamente”, explica Iaria. “Antes era una chico radiante, a veces arrogante, al que no le importaban las buenas maneras. Con aquel look, con el pelo a lo teddy boy [subcultura británica conocida por su forma de vestir], estaba muy lejos de la imagen severa del joven soviético. Parecía un chico de Londres o Nueva York. Tras el Gulag, sus noches de sexo y alcohol se redujeron notablemente… En resumen, fue domesticado por el régimen”.

Ese carácter ejemplarizante, icono puesto de rodillas como aviso a navegantes, permanece en las hemerotecas (“Enfermedad de una estrella: fuma, bebe, provoca peleas”, escribía el Pravda, diario oficial del régimen) y se estudia también en las facultades. “A pesar de verse suavizada respecto a los años 40, la prisión soviética mantiene un fuerte carácter reeducador, centrado en deportaciones y campos de trabajo en esos años 50 y 60”, resume Gutmaro Gómez, doctor en historia especializado en Historia penal y penitenciaria en los siglos XIX y XX. “Al igual que escritores, artistas e intelectuales, la vida privada de los deportistas era controlada milimétricamente”, añade.


Al Pelé ruso le llegó muy pronto el momento de enfrentarse a la extraña realidad soviética. A los 17 años, cuando jugaba en el Torpedo de Moscú, y ya había debutado con la selección absoluta (con un ‘hat trick’, las autoridades rusas le instaron a que fichara por el CSKA, el equipo del Gobierno, o por el Dinamo de Moscú, el equipo de la KGB. Streltsov ni lo dudo. Aún sin la mayoría de edad, decidió... que no jugaba con ninguno de los dos y que seguía en el Torpedo. Así comenzaron sus problemas. La sombra soviética era muy alargada y aquel acto de fe fue entendida por el Gobierno como un acto de soberbia, surgieron muchos de sus problemas posteriores. Aunque él,con su forma de ser puso mucho de su parte. Fue una estrella fundida por el régimen.

Eduard Streltsov no era un futbolista cualquiera. Gabriel Hanot, editor de L’Équipe, había dicho de él que tenía “la estatura de un semidiós”. Llenaba estadios en Rusia, donde le pretendían los grandes equipos de Moscú, igual que algunos conjuntos de Inglaterra y de Suecia.

“Su vida explica la paranoia de la dictadura comunista”, coincide Iaria; “porque no hacía propaganda anticomunista, su anticonformismo no tenía fines políticos, solo quería comportarse como cualquier chico de occidente, y por eso acabó siendo considerado enemigo del pueblo”, sigue. “Aquellos campeones del deporte, en la URSS como en otros países comunistas, tenían una doble misión: vencer para contribuir a la supremacía del sistema soviético y ser ejemplo para las jóvenes generaciones. En los años 50 y 60, el fútbol se había convertido en un fenómeno de masas, y los funcionarios del partido comunista no querían correr el riesgo de que los jóvenes siguieran el ejemplo negativo de Streltsov, un ídolo”.

Tras pasar por el Gulag, el punta acabó volviendo a la selección y se convirtió en el cuarto máximo goleador de la historia del equipo pese a una ausencia de ocho años: marcó 25 tantos en 38 partidos, fue elegido el mejor futbolista soviético en 1967 y 1968 y ganó una Liga y una Copa con su equipo, el Torpedo (99 tantos en 222 encuentros). En una época en la que el fútbol soviético era orden y mecanismos prefabricados, él era un verso suelto dentro y fuera de la cancha, con sus taconazos y sus fiestas.

Streltsov murió de un tumor en un pulmón. Hoy el estadio del Torpedo lleva su nombre, y una moneda conmemorativa y dos estatuas le recuerdan. Le decían Pelé, pero si hubiera nacido más tarde le hubieran dicho George Best: “Fue uno de los rebeldes de la historia del fútbol”, resume Iaria. “Una especie de Best con una profunda diferencia: Best vivió en la libertad del Reino Unido y Strelsov se las tuvo que ver con el régimen soviético, que hasta la época del deshielo toleró mal las desviaciones del modelo del perfecto hombre socialista”.


escrito por Juan José Mateo el 16/06/2012 para El Pais

 

jueves, 2 de agosto de 2012

Prisionero 119.104 de Auschwitz. El hombre que encontró sentido



escrito por Pepe Alvarez de las Asturias para elsemanaldigital.com.

Hace un par de días vi la película El niño del pijama a rayas (ya había leído el libro un par de años atrás) y no pude evitar recordar la historia de Viktor Frankl. Fue uno de los más eminentes psicólogos y neurólogos del planeta; ya a los 16 años se carteaba con Freud y a los 20 expuso su teoría de la Logopedia en el Congreso de Psicología de Dusseldorf; fue jefe del Departamento de Neurología del Hospital Rothschild a los 32 años y del Hospital Policlínico a los 38; doctor en Filosofía y profesor invitado en las más prestigiosas universidades europeas y americanas; publicó multitud de libros y artículos, fue alpinista, piloto, caricaturista y un enamorado de las corbatas. Vivió 92 años absolutamente plenos. Pero donde encontró sentido a su existencia, y a la del ser humano, fue en el lugar donde menos imaginó: los campos de exterminio nazis.

Auschwitz. La noche de Navidad de 1944. A 30 grados bajo cero, sin calefacción, descalzos, en la oscura antesala de la muerte, un puñado de despojos humanos se apiña en un extremo del barracón para escuchar las palabras del prisionero número 119.104. "Pensadlo: estamos ante el desafío de sobrevivir. Podemos hacer una de estas dos cosas: convertir esta experiencia en una victoria o limitarnos a vegetar, dejando de ser personas. Incluso aquí debemos subsistir al cobijo de la esperanza en el futuro; no importa que no esperemos nada de la vida, lo que verdaderamente importa es lo que la vida espera de nosotros. No hay que avergonzarse de nuestras lágrimas, porque demuestran nuestro valor para encararnos con el sufrimiento. Si conoces el porqué de tu existencia, entonces serás capaz de soportar cualquier sufrimiento".

Y aún añadió: "La desesperanza puede ser explicada en términos de una ecuación matemática: D = S - P, Sufrimiento sin Propósito. En el momento en que ves un sentido en tu sufrimiento, puedes moldearlo en un logro; puedes convertir la tragedia en un triunfo personal, pero debes saber para qué. Si las personas no pueden encontrar ningún sentido en absoluto a sus vidas, tal ven tengan algo con lo que vivir, pero no tendrán nada por lo que vivir".

El prisionero número 119.104 se llamaba y después de padecer el tormento de Auschwitz -donde su madre murió en la cámara de gas- sufrió el de los campos de Kaufering III y de Turkheim -donde fue separado de su esposa, que murió en el de Bergen-Belsen. Y antes sobrevivió a Theresienstadt -donde murió su padre, enfermo de inanición-, campo de exterminio al que fue deportado en septiembre de 1942, cuando era un eminente psiquiatra de 37 años y director del Departamento de Neurología del Hospital Rothschild, único hospital de Viena en el que eran admitidos judíos. El joven Viktor ya había aprendido a sobrevivir al hambre y la pobreza durante la I Guerra Mundial, cuando apenas contaba 9 años. Y durante sus estudios de bachillerato aprendió a interesarse por la realidad del ser humano y a cuestionar la verdad científico-organicista que proclamaba su profesor: "la vida humana no es otra cosa que un proceso de combustión y de oxidación". "Si es así –lo interpeló Viktor, puesto en pie- ¿cuál es el sentido de la vida humana?"

Años después, ya como uno de los psiquiatras más prestigiosos de su país, Frankl daría respuesta a este interrogante a través de su Logoterapia (tercera escuela de Viena, contrapuesta al Psicoanálisis de Freud y a la Psicología Individual de Adler), según la cual el ser humano halla el sentido de su existencia a través del amor a otros, a través de sus actos de creación y a través de virtudes como la compasión, la valentía o el sentido del humor; o el sufrimiento. Al final, estas tres vías nos llevan a un sentido último en la vida, que no depende de otros, ni de nuestros proyectos ni de nuestra dignidad, sino de Dios, el sentido espiritual de la vida.

Esta teoría fue el resultado de sus reflexiones y experiencias, propias y ajenas, durante sus años vividos –sobrevividos- bajo el terror nazi. Tras la liberación del campo de Turkheim, el 27 de abril de 1945, Frankl comenzó a buscar un sentido a su propia supervivencia, "el para qué habré quedado vivo"; y por qué unos sobrevivieron y otros no. A finales de ese año, a lo largo de nueve días, fue dictando "entre lágrimas" a tres secretarias del Hospital Policlínico de Viena (donde era jefe del Departamento de Neurología) el testimonio de sus experiencias en los campos de concentración, tomando como referencia docenas de papelitos que había ido rellenando en su cautiverio. "Aquellos que tienen un por qué para vivir, pese a la adversidad, resistirán", nos dice Frankl. En los campos pudo percibir cómo las personas que tenían esperanzas de reunirse con seres queridos o que profesaban una gran fe, tenían mejores oportunidades que los que habían perdido toda esperanza. La elección dependía de cada uno, pues el ser humano es libre y cada persona elige "si dejarse determinar por las circunstancias o enfrentarse a ellas". Al final, concluye: "Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también el que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padre Nuestro o el Shema Yisrael en sus labios".

El libro se publicó en 1946 bajo el título de El hombre en busca de sentido, destinado a todas las personas que habían sufrido las consecuencias de la guerra, y que a lo largo de 60 años ha dado también esperanza a millones de personas con millones de sufrimientos diferentes. En estos tiempos de vacío y desesperanza será un buen momento para repasar la lección de Viktor Frankl y aplicar su ecuación a la inversa: Esperanza = Sufrimiento con Propósito. Si él encontró sentido al sufrimiento extremo, qué no podremos conseguir nosotros con nuestras pequeñas o grandes tragedias.

escrito por Pepe Alvarez de las Asturias para elsemanaldigital.com.