Novela la conmovedora peripecia de Dita Kraus, la
cría que ocultó ocho libros que sembraron vida y esperanza en el campo
de exterminio nazi.
Fue
un punto luminoso en la densa y terrible oscuridad del horror de
Auschwitz-Birkenau. En aquella factoría de la muerte hubo una minúscula y
secreta biblioteca que creó algo de vida y alimentó la esperanza en un
siniestro océano del extermino. Solo ocho libros escondidos entre los
tablones de un infausto barracón que pasaron de mano en mano entre los
prisioneros gracias a una arrojada bibliotecaria de 14 años, Dita Kraus.
Antonio G. Iturbe (Zaragoza 1967) ha rescatado su fantástica y
esperanzadora historia. Ha sabido convertirla en una conmovedora y
apasionante novela, 'La bibliotecaria de Auschwitz' (Planeta) después de
cuatro años de investigación, viajes y cruce de sospechas, certezas y
muchas emociones.
La
historia dormía encerrada en un par líneas de un ensayo de Alberto
Mangel, 'La biblioteca de la noche', sobre rarezas bibliográficas. La de
Auschwitz era diminuta y clandestina, pero su grandeza es comparable a
la de Alejandría por los paliativos y bondadosos efectos que tuvo en sus
desesperanzados y condenados lectores. Muchos de ellos niños, criaturas
que estaban encerradas en el barracón infantil del campo de extermino,
el número 31. "Un pabellón pantalla creado por los nazis como guardería y
escuela para humanizar el campo ante la posible inspección de la Cruz
Roja Internacional del lugar en el que el siniestro Josef Mengele se
proveía de criaturas para su macabras investigaciones", explica Iturbe.
En
un infierno en el que la vida no valía nada, los libros, cuya tenencia
se pagaba con la muerte, eran objetos preciosos y moneda de pago. Nadie
sabe muy bien cómo Dita acabó administrando junto a Freddy Hirsch una
biblioteca secreta, rara y vivificante en la que solo había tres
novelas: 'El conde de Montecristo', de Alejandro Dumas; 'Las aventuras
del bravo soldado Svejk', de Jaroslav Hasek, y una novela rusa sin
cubierta que nadie acierta a identificar. Había además un atlas
universal, una gramática rusa, un tratado elemental de geometría y un
ensayo, 'Los nuevos caminos de la terapia psicoanalítica' de Sigmund
Freud. Una selección fruto del azar pero que, según explica su cuidadora
seis décadas después, "sirvió para acercar la normalidad a unos niños
que no podían volver a la escuela".
Armado
de curiosidad, paciencia y su buen olfato para las grandes historias,
Toni Iturbe comenzó a investigar qué había sido de aquella biblioteca.
Una rudimentaria página web con documentos sobre Auschwitz le condujo a
Dita Kraus, Dita Adlerova en la novela, hoy una octogenaria que vive en
Israel. Era una judía de Praga que perdió a toda su familia en el campo
de exterminio nazi al que fueron llevados desde el gueto de Terezín.
Tras la guerra sufrió el acoso de los comunistas pero que a pesar de
todo mantiene hoy la alegría de vivir. "Su fortaleza, con 82 años, es
tan sorprendente como el sentido del humor que se cuela en los correos
electrónicos que nos cruzamos" explica el escritor, veterano periodista
cultural, desde hace una década director de la revista 'Qué leer' y
autor de otras dos: 'Rectos torcidos' y 'Días de sal'.
Fue
el propio Himmler quien amparó aquel fantasmal barracón al que también
llegaría desde Terezín el "instructor de juventud" Freddy Hirsch.
Obligado por los nazis a entretener a los niños en el barracón 31y
permitir así a los adultos afrontar sus terribles einhumanos trabajos,
Hirsch es el otro puntal de esta historia fascinante. "Dita y Freddy
hicieron posible que la flor naciera en medio del la basura, que la
hierba renaciera en el vertedero", dice.
Escape
Si
la labor y los libros de Dita no salvaron vidas directamente "está
claro que ayudaron a sobrevivir en aquel infierno a sus lectores"
explica Iturbe. "En un escenario como aquel, la literatura toma pleno
sentido como una ventana abierta y una vía de escape hacia otros mundos.
Nada vale la pena si no hay algo que nos eleve de suelo; que nos
permita volar, como la literatura", dice Iturbe que alterna los hechos
contratados con la fabulación. "La ficción ha sido una herramienta muy
eficaz que me permite cubrir los huecos de la historia e imaginar lo que
no nos cuentan los documentos y los testimonios".
"Está
claro que los libros no alimentan, que no se comen ni te salvan de la
cámara de gas, que no curan ni te defienden de los verdugos, pero
también que pueden dar mucha vida cuando la vida no vale nada; cuando
ves a diario montañas de cadáveres y te duerme y te despiertas con el
hedor de carme humana quemada en los crematorios que te rodean" apunta
Iturbe. "Cuando impera la desesperanza, el dolor y el horror, la sonrisa
de un niño puede salvarte, y Dita y sus libros regalaron algunas
sonrisas leyendo en voz alta el soldado Svejk" rememora Iturbe. "Comer y
beber nos mantiene vivos, pero no nos hace personas. Hay que dar un
paso más, preguntarte qué eres y qué haces aquí, e imaginar y soñar. La
literatura y los libros son muchas veces le pasaporte hacia ese mundo
imaginario en el que somos libres". "La cultura no es necesaria para la
supervivencia de los seres humanos, como lo son el pan y el agua, pero
está claro que solo con pan y agua muere la humidad entera", insiste.
Recuerda
Iturbe como la condena y quema de libros es una constante en todas las
dictaduras desde que el mundo es mundo, algo que el escritor define como
"un suicidio mental". "Esa aversión del poder hacia el libro no es nada
extraña. Son artefactos peligrosos que hace pensar y que no estarán
nunca libres de amenazas". "El libro es un objeto fantástico que
funciona desde hace milenios, mucho antes del invento de la imprenta,
que encierra todos los saberes y que contribuye a hacer mejore a los
seres humanos" enumera.
ABC.es MIGUEL LORENCI / MADRID
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