"El Führer viajó a Wiesse, escoltado por un comando de las SS, y allí llamó enérgicamente a la puerta de Röhm: 'Traigo información de Múnich', dijo, disimulando su voz para que no se le reconociera. 'Pase', respondió Röhm al supuesto ordenanza, 'la puerta está abierta'. Entonces Hitler abrió bruscamente la puerta, se abalanzó sobre Röhm, que estaba tendido en la cama, lo agarró por el cinturón y le gritó '¡Está usted detenido, cerdo!'. Después, entregó a aquel traidor a las SS. [...] En la habitación de al lado estaba Heines en actitud homosexual. '¡Y todos estos quieren ser los Führer de Alemania!', observó con tristeza el Führer. Heines montó una escenita. 'Mi Fúhrer, yo no le he hecho nada al joven'. Y el prostituto, lleno de miedo y dolor, reaccionó besando a su amante en la espalda. [...] En el pasillo, el Führer se dirigió contra una figura delgada, con las mejillas pintadas con colorete. '¿Quién es usted?'. 'El asistente civil del jefe del Estado Mayor'. Al ver a sus SA manchadas de aquella forma, el Führer fue presa de una ira sin igual y ordenó que metieran a todos los prostitutos en el sótano y los fusilaran".
Y eso fue la Noche de los Cuchillos Largos, el lance en el que el Reich acabó con las SA. A Röhm lo metieron en una celda. Exigió una alfombra y desayuno. Comió, le llevaron una pistola y le exigieron que se suicidara. Röhm rehusó y dijo que quería que "Adolf" lo ejecutara. Delirios de grandeza. Llegó un oficial, cogió la pistola y acabó con el trance.
El relato procede de los 'Diarios. 1934-1944' de Alfred Rosenberg, editados ahora por el sello Crítica con la promesa de incluir fuentes primarias valiosísimas sobre la vida dentro de la élite del Reich durante el esplendor y la derrota. Sólo Goebbels había dejado escritos unos diarios comparables. La tentación será cotejar sus relatos.
Por cierto: Goebbels y Rosenberg se odiaban y, a la vez, se explicaban mutuamente por contraste. Fueron los intelectuales del Partido Nazi, y por eso competían. Goebbels tenía la habilidad de sacar partido de sus lecturas, sus reflexiones y sus refinamientos. Los convertía en propaganda y en carisma. Rosenberg, en cambio, era el erudito pesado y más bien presuntuoso, el menos capaz de todos los nazis de tomar un poco de distancia de sí mismo y relativizar. El hombre que, en el fondo, se sentía superior a sus colegas/competidores, pero que se desesperaba porque sabía que estaba en las afueras del corrillo. Cerca pero no en el centro de la acción.
Y, sin embargo, Hitler lo sentía cercano. Durante los años del ascenso, Rosenberg había sido el amigo que le había susurrado ideas para su instinto. Durante los años de la cárcel de Hitler, Rosenberg, libre, hizo lo que pudo por mantener unido al partido. Cuando llegó 1933, el Führer sólo le dio puestos de responsabilidad muy relativa, pero siguió expresándole su favor, el verdadero patrón oro entre los nazis.
"El Führer me agradeció mi trabajo estrechándome varias veces la mano", escribió Rosenberg en mayo de 1934. Sus diarios están llenos de anotaciones victoriosas así: una palmada afectuosa, una confidencia maliciosa contra Himmler y Goering, un minuto y medio de relajación en el que el jefe recordaba los años de Múnich...
"Guerra de aniquilación"
En aquellos primeros años del Reich, Rosenberg era un personaje inseguro. Había orientado su carrera hacia las relaciones internacionales, era algo así como el ministro de Exteriores del Partido Nazi (no del Gobierno), pero sus planes eran saboteados desde dentro. Sus diarios retratan que la obsesión de Rosenberg era llevar al Reino Unido a su bando. Londres y Berlín estaban destinadas a unirse contra la Unión Soviética. Polonia, Rumanía, Noruega, Italia... también debían estar en esa pelea. Francia daba más igual. Pero había un problema: Goebbels y "los chicos" se ponían bravucones con la cuestión judía porque ése era un mensaje que funcionaba en el mercado alemán. A los ingleses, en cambio, les espantaban aquellas salidas de tono.
El Reino Unido nunca se puso del lado de Alemania, eso lo sabemos ahora, igual que sabemos que Rosenberg, que en 1934 pedía prudencia, dirigió desde muy temprano el aparato intelectual que llevó al Holocausto y terminó él mismo en el meollo del exterminio. En realidad, ésa era su vocación, la de aniquilador y no la de diplomático."Lo único que han querido siempre [los holandeses] es hacer negocios y hacían causa común con todos los judíos del mundo. Y ahora también ellos van a tener su propio destino". "La guerra de aniquilación contra la Iglesia continúa". Son dos anotaciones de mayo de 1940.
Eran los momentos de euforia. Rosenberg, el nazi culto, había recibido el encargo de gestionar la incautación de los bienes artísticos de las familias judías. "Cuando le di mis regalos al Führer -una gran cabeza de porcelana de Federico el Grande, entre otras cosas-, se le saltaron las lágrimas", escribió en abril de 1940.
Un año después, aquel afecto dio por fin resultados. Alemania invadió la URSS y Rosenberg apareció junto a Goering al lado de Hitler, al frente de la Operación Barbarroja. Goering era el jefe militar; Rosenberg, el civil. Reaparece el político pragmático En la entrada del 20 de julio, escribe: "Teníamos que escoger entre hacernos 120 millones de enemigos por el trato indiferenciado e inevitablemente duro, o ganar más adelante como aliados a la mitad de estos, dividiendo y valorando de forma diferente".
Rosenberg quería que los ucranianos y los bálticos (él mismo había nacido en Tallin) se convirtieran en sus cómplices contra Rusia. Hitler creyó en él y le dio el cargo de ministro para Asuntos del Este. Y desde allí, los fusilamientos, el exterminio y los primeros pasos hacia la solución final.
Elipsis. Los diarios de Rosenberg terminan el 3 de diciembre de 1944. El día en el que estrena su refugio en Berlín: "Algo insuficiente pero recupero una atmósfera hogareña". Nadie sentirá la tentación de sentir una gota de empatía por él leyendo sus diarios. No hay alusiones a sus afectos, a su familia, a sus momentos de placer o aflicción. Redactaba torpemente, a pesar de tener fama de intelectual. Acabó en Nüremberg y siguió escribiendo hasta el final, sin desandar ni un centímetro. Murió ahorcado.
extraido del diario El Mundo.
extraido del diario El Mundo.
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