jueves, 20 de diciembre de 2012

Un mapa interactivo plasma el asedio nazi sobre Londres


Un mapa interactivo que se podrá consultar a través de internet y una aplicación de móvil permitirán ubicar dónde cayeron las bombas que lanzó la aviación nazi sobre Londres durante la II Guerra Mundial.

En un impresionante mapa invadido de puntos rojos que ubican cada explosión, los interesados pueden consultar las zonas afectadas por los bombardeos de la aviación nazi contra la capital británica que se alargaron entre octubre de 1940 y junio de 1941 y que acabaron con la vida de casi 20.000 civiles.

El proyecto, liderado por la geógrafa Kate Jones de la Universidad de Portsmouth, permite a los ciudadanos acceder al censo de las miles de bombas caídas que martirizaron durante meses a los londinenses y que hasta ahora solo estaban disponibles en el Archivo Nacional.

Opciones

La web, que muestra que todos los barrios de Londres fueron víctimas de estos ataques, ofrece diferentes opciones al visitante, como consultar las bombas lanzadas durante la primera semana de la ofensiva, las imágenes geolocalizadas del Museo de la Guerra Imperial, los refugios antiaéreos esparcidos por la ciudad y testimonios recogidos por la BBC.

"Cuando miras estos mapas y ves cómo las bombas proliferaron alrededor de toda la ciudad, entiendes el porqué de la palabra 'blitz' (como se conoce a los bombardeos nazis), que viene del alemán y significa guerra luminosa. Es asombroso que Londres sobreviviera", ha declarado Jones.

El mapa demuestra que las miles de bombas lanzadas por la Luftwaffe impactaron incluso en edificios emblemáticos de la ciudad, como el Palacio de Buckingham, residencia de la familia real, el Parlamento de Westminster o la plaza Trafalgar.

La aplicación para teléfonos Android permitirá a los usuarios consultar, a través del GPS y la cámara de su dispositivo, las bombas que cayeron en la calle donde se encuentren.

Publicado en El Ideal el 07/07/2012

domingo, 2 de diciembre de 2012

Toni Iturbe rescata la biblioteca de Auschwitz

Novela la conmovedora peripecia de Dita Kraus, la cría que ocultó ocho libros que sembraron vida y esperanza en el campo de exterminio nazi.
 
Fue un punto luminoso en la densa y terrible oscuridad del horror de Auschwitz-Birkenau. En aquella factoría de la muerte hubo una minúscula y secreta biblioteca que creó algo de vida y alimentó la esperanza en un siniestro océano del extermino. Solo ocho libros escondidos entre los tablones de un infausto barracón que pasaron de mano en mano entre los prisioneros gracias a una arrojada bibliotecaria de 14 años, Dita Kraus. Antonio G. Iturbe (Zaragoza 1967) ha rescatado su fantástica y esperanzadora historia. Ha sabido convertirla en una conmovedora y apasionante novela, 'La bibliotecaria de Auschwitz' (Planeta) después de cuatro años de investigación, viajes y cruce de sospechas, certezas y muchas emociones.

La historia dormía encerrada en un par líneas de un ensayo de Alberto Mangel, 'La biblioteca de la noche', sobre rarezas bibliográficas. La de Auschwitz era diminuta y clandestina, pero su grandeza es comparable a la de Alejandría por los paliativos y bondadosos efectos que tuvo en sus desesperanzados y condenados lectores. Muchos de ellos niños, criaturas que estaban encerradas en el barracón infantil del campo de extermino, el número 31. "Un pabellón pantalla creado por los nazis como guardería y escuela para humanizar el campo ante la posible inspección de la Cruz Roja Internacional del lugar en el que el siniestro Josef Mengele se proveía de criaturas para su macabras investigaciones", explica Iturbe.

En un infierno en el que la vida no valía nada, los libros, cuya tenencia se pagaba con la muerte, eran objetos preciosos y moneda de pago. Nadie sabe muy bien cómo Dita acabó administrando junto a Freddy Hirsch una biblioteca secreta, rara y vivificante en la que solo había tres novelas: 'El conde de Montecristo', de Alejandro Dumas; 'Las aventuras del bravo soldado Svejk', de Jaroslav Hasek, y una novela rusa sin cubierta que nadie acierta a identificar. Había además un atlas universal, una gramática rusa, un tratado elemental de geometría y un ensayo, 'Los nuevos caminos de la terapia psicoanalítica' de Sigmund Freud. Una selección fruto del azar pero que, según explica su cuidadora seis décadas después, "sirvió para acercar la normalidad a unos niños que no podían volver a la escuela".

Armado de curiosidad, paciencia y su buen olfato para las grandes historias, Toni Iturbe comenzó a investigar qué había sido de aquella biblioteca. Una rudimentaria página web con documentos sobre Auschwitz le condujo a Dita Kraus, Dita Adlerova en la novela, hoy una octogenaria que vive en Israel. Era una judía de Praga que perdió a toda su familia en el campo de exterminio nazi al que fueron llevados desde el gueto de Terezín. Tras la guerra sufrió el acoso de los comunistas pero que a pesar de todo mantiene hoy la alegría de vivir. "Su fortaleza, con 82 años, es tan sorprendente como el sentido del humor que se cuela en los correos electrónicos que nos cruzamos" explica el escritor, veterano periodista cultural, desde hace una década director de la revista 'Qué leer' y autor de otras dos: 'Rectos torcidos' y 'Días de sal'.

Fue el propio Himmler quien amparó aquel fantasmal barracón al que también llegaría desde Terezín el "instructor de juventud" Freddy Hirsch. Obligado por los nazis a entretener a los niños en el barracón 31y permitir así a los adultos afrontar sus terribles einhumanos trabajos, Hirsch es el otro puntal de esta historia fascinante. "Dita y Freddy hicieron posible que la flor naciera en medio del la basura, que la hierba renaciera en el vertedero", dice.

Escape

Si la labor y los libros de Dita no salvaron vidas directamente "está claro que ayudaron a sobrevivir en aquel infierno a sus lectores" explica Iturbe. "En un escenario como aquel, la literatura toma pleno sentido como una ventana abierta y una vía de escape hacia otros mundos. Nada vale la pena si no hay algo que nos eleve de suelo; que nos permita volar, como la literatura", dice Iturbe que alterna los hechos contratados con la fabulación. "La ficción ha sido una herramienta muy eficaz que me permite cubrir los huecos de la historia e imaginar lo que no nos cuentan los documentos y los testimonios".

"Está claro que los libros no alimentan, que no se comen ni te salvan de la cámara de gas, que no curan ni te defienden de los verdugos, pero también que pueden dar mucha vida cuando la vida no vale nada; cuando ves a diario montañas de cadáveres y te duerme y te despiertas con el hedor de carme humana quemada en los crematorios que te rodean" apunta Iturbe. "Cuando impera la desesperanza, el dolor y el horror, la sonrisa de un niño puede salvarte, y Dita y sus libros regalaron algunas sonrisas leyendo en voz alta el soldado Svejk" rememora Iturbe. "Comer y beber nos mantiene vivos, pero no nos hace personas. Hay que dar un paso más, preguntarte qué eres y qué haces aquí, e imaginar y soñar. La literatura y los libros son muchas veces le pasaporte hacia ese mundo imaginario en el que somos libres". "La cultura no es necesaria para la supervivencia de los seres humanos, como lo son el pan y el agua, pero está claro que solo con pan y agua muere la humidad entera", insiste.

Recuerda Iturbe como la condena y quema de libros es una constante en todas las dictaduras desde que el mundo es mundo, algo que el escritor define como "un suicidio mental". "Esa aversión del poder hacia el libro no es nada extraña. Son artefactos peligrosos que hace pensar y que no estarán nunca libres de amenazas". "El libro es un objeto fantástico que funciona desde hace milenios, mucho antes del invento de la imprenta, que encierra todos los saberes y que contribuye a hacer mejore a los seres humanos" enumera.

ABC.es MIGUEL LORENCI / MADRID

jueves, 1 de noviembre de 2012

Wilhelm Brasse, el fotógrafo de Auschwitz

Juan Gómez - El Pais - 24/10/2012
Una prisionera de Auschwitz, fotografiada por Wilhelm Brasse. / (Auschwitz Museum/AP)

“Siéntese cómodamente, relájese y piense en la patria”. El teniente de la SS Maximilian Grabner sonrió entonces con el gesto dulce inmortalizado por el fotógrafo Wilhelm Brasse. Los presos políticos de Auschwitz llamaban a Grabner “Dios nuestro señor”, porque torturaba y fusilaba con tanta iniquidad que hasta la SS investigó sus actividades. El castigo le llegó con la derrota alemana, en forma de una condena a muerte por 25.000 asesinatos. El de Grabner sería uno de los pocos retratos amables que Brasse pudo hacer durante su encierro en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, donde le obligaron a trabajar en el “servicio de identificación”. Entre sus tareas estaba retratar a las víctimas de los experimentos científicos del médico nazi Josef Mengele. En total, unos 50.000 documentos de la vida y la muerte en el campo donde los nazis asesinaron a más de un millón de personas. Este encargo salvó su vida.

Brasse nació en 1917 en Żywiec. Hablaba alemán, aunque su ciudad natal pasó a ser parte de la Polonia independiente al término de la I Guerra Mundial. Aprendió fotografía en Katowice, pero cuando comenzó la invasión alemana en 1939 estaba en el Ejército polaco. Tras la derrota fue apresado cuando intentaba escapara a Hungría. Dado que sus antepasados paternos eran austríacos y él hablaba el idioma, los alemanes le propusieron alistarse en las Fuerzas Armadas (Wehrmacht) de Hitler. Se negó porque se “sentía polaco y era polaco”, como su madre. El 31 de agosto de 1940 lo enviaron al recién construido campo de concentración de Auschwitz, levantado por la SS en la Polonia ocupada. El nombre aún no era sinónimo de los horrores racistas ni de la arbitrariedad criminal de los nazis. Pronto lo sería, con Brasse como testigo de primera fila.




El fotógrafo Wilhelm Brasse, retratado en su casa de Zywiec, Polonia, en 2006. / Czarek Sokolowski (AP)

Primero le dieron el uniforme de interno y, a golpes, le forzaron a saltar en el patio con otros presos, para humillarlos. “Jugaban con nosotros como si fuéramos animales”. Los judíos “simplemente eran asesinados”. Los curas polacos recibían trabajos particularmente extenuantes. Los guardas les explicaban a los supervivientes que, si eran fuertes, tenían por delante algunos meses de vida. Para Brasse fueron dos semanas de cuarentena y algunas más de trabajos forzados. Después, un guarda alemán que era preso político le facilitó un trabajo en la cocina para premiar su bilingüismo y sus dotes como intérprete. En 1941 lo llamaron al despacho del célebre Rudol Höß, el comandante de Auschwitz cuyas confesiones sirvieron para reconstruir parte de los sucesos del campo antes de que los aliados lo ahorcaran por sus crímenes. Resultó que los jefes buscaban un fotógrafo. Lo eligieron a él.

Recordaba en algunas entrevistas que su trabajo no solo le salvó de una muerte segura, sino que le proporcionó una estancia más confortable entre las alambradas del campo. Como tenía que tratar con los alemanes, éstos le facilitaban ropa y le permitían lavarse “para no molestarlos con mal olor”. La suerte de Brasse fue la manía alemana por documentarlo todo con prolijidad, aun aquellas brutalidades.

Después de la guerra le perseguían pesadillas protagonizadas por las víctimas de los nazis que tuvo que fotografiar. Sobre todo, por chicas judías que sufrieron los experimentos del doctor Mengele. Un día, el propio médico de Auschwitz lo felicitó por el trabajo a través de su jefe en el campo: “Las fotos son exactamente lo que necesitamos”.



Niños enseñan sus números de presos tatuados, poco después de la liberación de Auschwitz por parte de las tropas soviéticas, en una imagen de autor desconocido. / AUSCHWITZ MUSEUM / REUTERS

Explicaría después Brasse que había cumplido sus tareas “porque no se podía decir que no [a la SS] y porque no hacía daño a nadie”. Después de la guerra no volvió a la profesión, “porque los muchachos judíos y las chicas judías se aparecían en flashes constantes ante los ojos”. El fotógrafo sabía que su cámara iba a ser una de las últimas cosas que iban a ver antes de que los enviaran al gas.

Tras sobrevivir a una de las “marchas de la muerte” de prisioneros de los nazis, Brasse regresó a su ciudad natal en Polonia, donde murió el martes a los 95 años.

Juan Gómez - El Pais - 24/10/2012

sábado, 13 de octubre de 2012

El enigma del Doctor Muerte

Escrito por José Maria Irujo - El Pais - 30/09/2012


El Cairo, 12 de febrero de 1980. Al Departamento de Pasaportes. Querido señor: ‘Hoy he renunciado a la religión católica en favor de la musulmana como podrá observar en el certificado de conversión al islam que le adjunto y he tomado el nombre de Tarek Hussein Farid. Permítame renovar mi tarjeta de residencia remplazando mi antiguo nombre. Agradeciéndole de antemano. Suyo atentamente. Heim Ferdinand”.
El hombre que escribió esta carta manuscrita con una letra de redondilla inclinada hacia la derecha era Aribert Heim, el Doctor Muerte, el criminal nazi más buscado al que la pasada semana un tribunal de Baden Baden (Alemania) acaba de declarar muerto después de una búsqueda infructuosa de casi sesenta años. Este documento inédito, el de su conversión al islam en la mezquita Al Azhar de la Universidad de El Cairo y otros cinco certificados diferentes en poder del juez Neerforth, entre ellos el de su fallecimiento en agosto de 1992 en Egipto a los 78 años, acreditan que Tarek Hussein Farid y Heim eran la misma persona, un dato trascendental para resolver el enigma.


La búsqueda del Carnicero de Mauthausen ha dado un vuelco espectacular e inesperado gracias a estos documentos aportados al juzgado por Freitz Steinaker, de 90 años, abogado y amigo del nazi, y por Rüdiger Heim, su hijo. Este confesó en 2010 al juez que su padre murió en sus brazos en agosto de 1992 víctima de un cáncer de colon en la habitación del hotel Kars el Medina en El Cairo donde residía escondido bajo el nombre de Tarek Hussein Farid. Varios testigos acreditaron el óbito, pero el cuerpo del médico de las SS continúa sin aparecer.
El hijo de Heim, de 56 años, que durante décadas negó haber tenido ningún contacto con su padre explica así la enigmática desaparición del cadáver: “La última vez que vi a mi padre fue en la cámara frigorífica del hospital universitario Shames el Aimi de El Cairo, en una morgue que parecía una sala de anatomía. Lo llevé allí porque me pidió que donara su cuerpo a la ciencia... cuando regresé en 1995 comprobé que su voluntad no había sido cumplida. Me dijeron que lo habían enterrado en un cementerio de anónimos... Pregunté dónde estaba y me respondieron de forma ambigua”.
Aribert Heim era un atractivo médico de las SS, hijo de un policía y un ama de casa austriacos. Estuvo destinado en 1942 en el siniestro Revier, enfermería, del campo de concentración de Mauthausen donde asesinó a 300 presos con inyecciones de benceno en el corazón y seleccionó “para su liquidación física a presos incapaces de trabajar o enfermos graves”, según señala un escrito fechado el 11 de junio de 1979 y redactado por el fiscal Wieser de Baden Baden. Un documento vigente plagado de los horrores que describieron 17 años después los presos Lotter, Kohler, Kaufmann y Rieger que trabajaban en la enfermería. Heim actuaba “por libre decisión y sus operaciones sorprendieron al personal sanitario ya acostumbrado a la inhumanidad”, escribió el acusador.
En el libro de operaciones de la Cruz Roja en Mauthausen consta la identidad de 26 presos españoles que pasaron por las manos de Heim. Ocho murieron en este campo y en el de Gusen, otro próximo, y cinco de ellos en fechas cercanas a la intervención. En 1976 el comisario Aedtner, un policía que dedicó su vida a localizar al doctor, pidió que se buscara e interrogara en varios países a nueve de ellos que habían sobrevivido a sus operaciones “porque sus testimonios podían ser de extrema importancia”. En Mauthausen hubo 8.964 republicanos españoles de los cuales murieron 5.539. Varios centenares desaparecieron.
El médico de las SS fue detenido al terminar la guerra y se le sometió a un proceso de desnazificación en una mina de sal de los aliados. En 1947, ya libre, conoció a Frield, una doctora alemana y se casaron. En 1955, los Heim se instalaron en Baden Baden y abrieron su consulta de ginecólogos en el palacete de la familia de ella, una elegante villa situada a cinco minutos del centro de este coqueto balneario, refugio entonces de las familias más ricas de Europa. Aribert jugaba en el equipo nacional de hockey sobre hielo y su fotografía aparecía en los periódicos. En 1962 acabó la paz de la pareja, un policía apareció en su consulta preguntando por su pasado y Aribert se fugó. En aquella época empezaban en Alemania los juicios de Auschwitz. Desde entonces su paradero ha sido un misterio que continúa vivo.
Heim mantuvo un contacto permanente con su familia desde su refugio en El Cairo y escribió 21 cartas manuscritas con la ayuda de un cuaderno color burdeos donde apuntó los nombres en clave de 12 personas para evitar que la policía las identificara si las misivas eran interceptadas: Gerda era su hermana Hertak, el familiar que más ayudó al fugitivo, una mujer atractiva relacionada con algunas de las familias más influyentes de Alemania como los Tysshen o los Bauersachs; Lyda era Hilda, su otra hermana; Dora, su exesposa Frield, de la que se separó pocos años después de su fuga y a la que reprochaba en sus cartas su falta de “madurez para activar la autoestima de nuestros hijos”; Grell, su hijo pequeño Rüdiger; Rainer, su abogado Steinker, el hombre que ahora ha presentado los nuevos documentos; Lattle era Wiesenthal, el cazanazis judío preso en Mauthausen que dirigió su acusación y al que Heim responsabilizaba en sus cartas de buscar “testigos falsos y comunistas”.
El fugitivo dedicó su tiempo en El Cairo a acumular información para su defensa y buscar testigos que negaran la acusación. Hacía fotografías a deportistas, leía artículos sobre medicina, estudiaba árabe y oía la BBC, según asegura su hijo Rüdiger que le ayudó desde Alemania, visitó varias veces en su refugio y asistió durante los últimos días de su vida en una modesta habitación del hotel Kars el Madina, en el número 414 de la calle de Port Said de El Cairo, propiedad de la familia Doma. “Tengo tantas cosas que me interesan que si el día tuviese 28 horas no sería suficiente para hacer lo que quiero”, aseguraba en una de sus misivas. La familia le enviaba regularmente dinero.
Rüdiger Heim, alto, de complexión atlética y ojos azules se mueve por Baden Baden con su bicicleta, rehabilita en Berlín edificios propiedad de su familia e invierte en pintura, su pasión. Pero es un hombre vigilado y está en permanente observación. La policía alemana acudía al cementerio cada vez que moría un miembro de la familia por si aparecía el Doctor Muerte y a veces abordaba o llamaba por teléfono a algún sobrino rogando colaboración. Durante años el hijo pequeño del criminal nazi, su otro hermano siempre se ha mantenido al margen, negó haber mantenido contactos con su padre o conocer su paradero. La última vez a este periódico en diciembre de 2008. Pese a la ausencia paterna Rüdiger estrechó un fuerte vínculo con su padre: “Un día estaré frente a Dios y puedo testimoniar que fuiste no solo mi hijo, fuiste me mejor amigo”, le dijo Aribert días antes de morir. Desde que confesó al juez Neerforth que su padre se había escondido en Egipto, convertido al islam y muerto en su presencia en el hotel de los Doma ha aportado al tribunal de Baden Baden algunas pruebas como las 21 cartas que acreditan la presencia del criminal nazi en Egipto o los últimos documentos que demuestran que Tarek Hussein Farid y Heim Ferdinand eran la misma persona y que han empujado al tribunal a cerrar el caso. Unos documentos que no presentó cuando hizo su revelación —alegó que al morir su padre los guardó unos años y en 2005 los destruyó porque la policía investigaba su vida privada— y que la justicia alemana no logró obtener debido a la negativa a colaborar de las autoridades egipcias.
Los agentes alemanes que viajaron a El Cairo a comprobar la versión de Rüdiger solo consiguieron tomarse un té con sus colegas egipcios. La comisión rogatoria enviada por Alemania sigue hoy sin respuesta. “Una investigación de la policía criminal pudo confirmar la autenticidad de los (nuevos) documentos. Después de que el tribunal interrogó al testigo, hijo del acusado, no han quedado dudas de que el acusado coincide con la persona de Tarek Hussein Farid que murió de cáncer en 1992”, dice el auto del Tribunal de Baden Baden que ha cerrado el caso pese a que el cadáver del Doctor Muerte sigue sin aparecer.
Rüdiger vive en compañía de su madre nonagenaria en la casa familiar de Baden Baden y ha dedicado sus últimos dos años a convencer al tribunal. Tras su confesión envió al juez dos cartas en las pedía que se compararan detalles de la fotografía del documento de residencia a nombre de Tarek Hussein Farid y fotos de su padre para demostrar que eran la misma persona. “La imagen es irreconocible, pero el diseño de la corbata es reconocible. Mi padre era un hombre austero que siempre evitó comprar cosas inútiles, pero cuando compraba algo era de la mejor calidad, eso incluía su indumentaria. Los pocos trajes que se llevó desde Alemania han perdurado hasta el 92. En Egipto nunca le vi salir con traje o corbata. Estos trajes los conservaba bien protegidos y reservados para pocas ocasiones. Una de ellas para la fotografía del documento. El diseño de la corbata es igual que del diseño de la corbata de la última fotografía de mi padre en posesión de la policía alemana”, señalaba en una misiva. En otra, también dirigida al juez, incidía en el mismo aspecto: “No solo el diseño de la corbata es idéntico en las dos fotos, también el nudo de la corbata y la forma de la camisa son idénticas”.
La justicia alemana ha cerrado el caso Heim, aceptado la versión de su hijo y validado los documentos pese a que el fiscal del caso, que todavía puede recurrir, lanzó hace cuatro años frases tan taxativas como esta: “El caso estará cerrado cuando tenga sobre mi mesa el cadáver de Heim”. Una afirmación que Rüdiger, entonces, decía compartir.
¿Miente el hijo de Heim cuando asegura que desconoce el lugar donde fue enterrado su padre? ¿Es una estrategia perfecta para evitar que se descubra su tumba y descanse en paz? El cazanazis Efraim Zurof, responsable del Centro Simon Wiesenthal en la Operación Última Oportunidad que intenta localizar a los últimos nazis, responde así desde su oficina en Jerusalén: “Rüdiger no es creíble. Como usted sabe seis meses antes de revelar la historia de El Cairo decía que no había visto a su padre durante décadas. Él tenía un interés especial en implicar a todo el mundo (y especialmente al Centro Wisenthal) en el caso de su padre”. Zurof acepta no obstante la muerte de Heim. “Sería posible declarar su muerte, pero sin cuerpo esta no es concluyente, no está probada científicamente”.
—¿Aparecerá alguna vez el cuerpo de su padre? De esta forma, se disiparían todas las dudas.
—“Nunca se resolverá el enigma del cuerpo de mi padre. Si fue enterrado en una fosa común, ¿cómo se puede determinar quién es quién? ¿Cómo se determinaría qué cuerpo es el suyo? Habría que hacer pruebas de ADN a todos los restos de esa tumba. Además, sería un escándalo porque en la religión musulmana no se permite. Nunca sabremos dónde está”, responde Rüdiger.
En marzo de 1997, Rüdiger recibió una llamada inesperada de Alexander Dettling, el policía de Sttugart que investigaba el paradero del Doctor Muerte: “Quiero comunicarle la existencia de una cuenta a nombre de su padre en Berlín por valor de 1.400.000 marcos alemanes. No quiero comprarle, pero si su padre está muerto sus herederos cobrarán ese dinero”. El origen de esa suma es un edificio en Berlín que el médico de las SS había comprado en 1958 y que la justicia le embargó. La presión de los vecinos por el estado del inmueble obligó al tribunal a levantar la confiscación y vender el edificio, cuyo precio superó el valor estimado y la multa de 510.000 marcos que le habían impuesto al fugitivo.
La mujer de Heim y sus dos hijos son los herederos, pero en Chile Walfraut Bóser, de 68 años, una hija del SS nacida en Austria de otra relación mantenida durante su matrimonio, podría reclamar su parte. Rüdiger asegura tener “ideas” de cómo utilizar ese dinero.


Escrito por José Maria Irujo - El Pais - 30/09/2012




jueves, 23 de agosto de 2012

'Mi abuelo era electricista y puso la luz para el campo de Auschwitz perdón'

AFP | Varsovia 20/08/2012 Elmundo.es

Unas 300 personas, muchos de ellos descendientes de nazis alemanes, partieron este lunes del campo de concentración de Auschwitz para recorrer Polonia con descendientes de las víctimas, en una iniciativa bajo el epígrafe de 'Marcha por la vida y contra el antisemitismo'.

Organizada por una iglesia protestante e independiente alemana llamada TOS, con el concurso de otras iglesias protestantes y ONG de Polonia, la marcha pasará el viernes por el campo de Treblinka, a 100 kilometros al noroeste de Varsovia.

Por el camino, los participantes pasarán por los antiguos campos de concentración de Belzec (en el sureste), Majdanek (sureste), Sobibor (este) y Chelmno (centro), explicaron los organizadores.

"La idea se nos ha ocurrido a nosotros en Tubinga [al sur de Alemania), donde mucha gente ha descubierto estudiando la historia de su familia que sus propios antepasados estaban implicados en crímenes nazis", explicó a AFP Heinz Reuss, de la iglesia alemana TOS.

"Los participantes quieren pedir perdón por lo que hicieron sus abuelos y rompero esa suerte de conjura de silencio sopbre estos actos en Alemania", declaró otro de los organizadores, Zbigniew Judasz.

El inicio de la marcha estuvo precedido de una ceremonia en Bikkenau, otro de los símbolos, junto con Auschwitz, del Holocausto en el sur de Polonia. Una de las participantes, Bäerbel Pfeiffer, pidió perdón en un breve discurso pleno de emoción porque su abuelo, electricista, participó en la instalación de la luz en el recinto donde los nazis gasearon a miles de personas.

Peter Loth, un judío alemán nacido hace 70 años en el campo de Stutthof, cerca de Gdansk, y habitante de EEUU, evocó en primera persona los horrores del Holocausto.

sábado, 11 de agosto de 2012

Streltsov, el delantero que ‘murió’ en el Gulag

escrito por Juan José Mateo el 16/06/2012 para El Pais


Le llamaban el Pelé blanco, pero los obreros de la Zil, la fábrica madre de su equipo de fútbol, el Torpedo, no estaban de acuerdo: “Si Pelé bebiese tanto café como vodka bebe Streltsov, moriría”. La vida del delantero soviético (1937-1990) está resumida en el título de un libro: Mujeres, Vodka y Gulag,del italiano Marco Iaria. El ariete fue campeón olímpico en 1956, se clasificó séptimo en el Balón de Oro de 1957, debutó con un triplete goleador en la selección soviética, y no se enfrentó a España en la final de la Eurocopa de 1964 porque ya no se atrevía a beber, tratar con las mujeres y llevar el pelo cortado como los chavales británicos: tras cargar troncos a 40 grados bajo cero, trabajar en la transformación de uranio para un reactor nuclear o deslomarse en una mina de granito, ya no era el mismo. Aún tenía prohibido competir profesionalmente. A los 20 años, había sido declarado culpable de una violación que nunca quedó clara y se había pasado cinco años preso del Gulag, el duro sistema de trabajos forzados soviético.

“Aquellos cinco años en el Gulag le cambiaron profundamente”, explica Iaria. “Antes era una chico radiante, a veces arrogante, al que no le importaban las buenas maneras. Con aquel look, con el pelo a lo teddy boy [subcultura británica conocida por su forma de vestir], estaba muy lejos de la imagen severa del joven soviético. Parecía un chico de Londres o Nueva York. Tras el Gulag, sus noches de sexo y alcohol se redujeron notablemente… En resumen, fue domesticado por el régimen”.

Ese carácter ejemplarizante, icono puesto de rodillas como aviso a navegantes, permanece en las hemerotecas (“Enfermedad de una estrella: fuma, bebe, provoca peleas”, escribía el Pravda, diario oficial del régimen) y se estudia también en las facultades. “A pesar de verse suavizada respecto a los años 40, la prisión soviética mantiene un fuerte carácter reeducador, centrado en deportaciones y campos de trabajo en esos años 50 y 60”, resume Gutmaro Gómez, doctor en historia especializado en Historia penal y penitenciaria en los siglos XIX y XX. “Al igual que escritores, artistas e intelectuales, la vida privada de los deportistas era controlada milimétricamente”, añade.


Al Pelé ruso le llegó muy pronto el momento de enfrentarse a la extraña realidad soviética. A los 17 años, cuando jugaba en el Torpedo de Moscú, y ya había debutado con la selección absoluta (con un ‘hat trick’, las autoridades rusas le instaron a que fichara por el CSKA, el equipo del Gobierno, o por el Dinamo de Moscú, el equipo de la KGB. Streltsov ni lo dudo. Aún sin la mayoría de edad, decidió... que no jugaba con ninguno de los dos y que seguía en el Torpedo. Así comenzaron sus problemas. La sombra soviética era muy alargada y aquel acto de fe fue entendida por el Gobierno como un acto de soberbia, surgieron muchos de sus problemas posteriores. Aunque él,con su forma de ser puso mucho de su parte. Fue una estrella fundida por el régimen.

Eduard Streltsov no era un futbolista cualquiera. Gabriel Hanot, editor de L’Équipe, había dicho de él que tenía “la estatura de un semidiós”. Llenaba estadios en Rusia, donde le pretendían los grandes equipos de Moscú, igual que algunos conjuntos de Inglaterra y de Suecia.

“Su vida explica la paranoia de la dictadura comunista”, coincide Iaria; “porque no hacía propaganda anticomunista, su anticonformismo no tenía fines políticos, solo quería comportarse como cualquier chico de occidente, y por eso acabó siendo considerado enemigo del pueblo”, sigue. “Aquellos campeones del deporte, en la URSS como en otros países comunistas, tenían una doble misión: vencer para contribuir a la supremacía del sistema soviético y ser ejemplo para las jóvenes generaciones. En los años 50 y 60, el fútbol se había convertido en un fenómeno de masas, y los funcionarios del partido comunista no querían correr el riesgo de que los jóvenes siguieran el ejemplo negativo de Streltsov, un ídolo”.

Tras pasar por el Gulag, el punta acabó volviendo a la selección y se convirtió en el cuarto máximo goleador de la historia del equipo pese a una ausencia de ocho años: marcó 25 tantos en 38 partidos, fue elegido el mejor futbolista soviético en 1967 y 1968 y ganó una Liga y una Copa con su equipo, el Torpedo (99 tantos en 222 encuentros). En una época en la que el fútbol soviético era orden y mecanismos prefabricados, él era un verso suelto dentro y fuera de la cancha, con sus taconazos y sus fiestas.

Streltsov murió de un tumor en un pulmón. Hoy el estadio del Torpedo lleva su nombre, y una moneda conmemorativa y dos estatuas le recuerdan. Le decían Pelé, pero si hubiera nacido más tarde le hubieran dicho George Best: “Fue uno de los rebeldes de la historia del fútbol”, resume Iaria. “Una especie de Best con una profunda diferencia: Best vivió en la libertad del Reino Unido y Strelsov se las tuvo que ver con el régimen soviético, que hasta la época del deshielo toleró mal las desviaciones del modelo del perfecto hombre socialista”.


escrito por Juan José Mateo el 16/06/2012 para El Pais

 

jueves, 2 de agosto de 2012

Prisionero 119.104 de Auschwitz. El hombre que encontró sentido



escrito por Pepe Alvarez de las Asturias para elsemanaldigital.com.

Hace un par de días vi la película El niño del pijama a rayas (ya había leído el libro un par de años atrás) y no pude evitar recordar la historia de Viktor Frankl. Fue uno de los más eminentes psicólogos y neurólogos del planeta; ya a los 16 años se carteaba con Freud y a los 20 expuso su teoría de la Logopedia en el Congreso de Psicología de Dusseldorf; fue jefe del Departamento de Neurología del Hospital Rothschild a los 32 años y del Hospital Policlínico a los 38; doctor en Filosofía y profesor invitado en las más prestigiosas universidades europeas y americanas; publicó multitud de libros y artículos, fue alpinista, piloto, caricaturista y un enamorado de las corbatas. Vivió 92 años absolutamente plenos. Pero donde encontró sentido a su existencia, y a la del ser humano, fue en el lugar donde menos imaginó: los campos de exterminio nazis.

Auschwitz. La noche de Navidad de 1944. A 30 grados bajo cero, sin calefacción, descalzos, en la oscura antesala de la muerte, un puñado de despojos humanos se apiña en un extremo del barracón para escuchar las palabras del prisionero número 119.104. "Pensadlo: estamos ante el desafío de sobrevivir. Podemos hacer una de estas dos cosas: convertir esta experiencia en una victoria o limitarnos a vegetar, dejando de ser personas. Incluso aquí debemos subsistir al cobijo de la esperanza en el futuro; no importa que no esperemos nada de la vida, lo que verdaderamente importa es lo que la vida espera de nosotros. No hay que avergonzarse de nuestras lágrimas, porque demuestran nuestro valor para encararnos con el sufrimiento. Si conoces el porqué de tu existencia, entonces serás capaz de soportar cualquier sufrimiento".

Y aún añadió: "La desesperanza puede ser explicada en términos de una ecuación matemática: D = S - P, Sufrimiento sin Propósito. En el momento en que ves un sentido en tu sufrimiento, puedes moldearlo en un logro; puedes convertir la tragedia en un triunfo personal, pero debes saber para qué. Si las personas no pueden encontrar ningún sentido en absoluto a sus vidas, tal ven tengan algo con lo que vivir, pero no tendrán nada por lo que vivir".

El prisionero número 119.104 se llamaba y después de padecer el tormento de Auschwitz -donde su madre murió en la cámara de gas- sufrió el de los campos de Kaufering III y de Turkheim -donde fue separado de su esposa, que murió en el de Bergen-Belsen. Y antes sobrevivió a Theresienstadt -donde murió su padre, enfermo de inanición-, campo de exterminio al que fue deportado en septiembre de 1942, cuando era un eminente psiquiatra de 37 años y director del Departamento de Neurología del Hospital Rothschild, único hospital de Viena en el que eran admitidos judíos. El joven Viktor ya había aprendido a sobrevivir al hambre y la pobreza durante la I Guerra Mundial, cuando apenas contaba 9 años. Y durante sus estudios de bachillerato aprendió a interesarse por la realidad del ser humano y a cuestionar la verdad científico-organicista que proclamaba su profesor: "la vida humana no es otra cosa que un proceso de combustión y de oxidación". "Si es así –lo interpeló Viktor, puesto en pie- ¿cuál es el sentido de la vida humana?"

Años después, ya como uno de los psiquiatras más prestigiosos de su país, Frankl daría respuesta a este interrogante a través de su Logoterapia (tercera escuela de Viena, contrapuesta al Psicoanálisis de Freud y a la Psicología Individual de Adler), según la cual el ser humano halla el sentido de su existencia a través del amor a otros, a través de sus actos de creación y a través de virtudes como la compasión, la valentía o el sentido del humor; o el sufrimiento. Al final, estas tres vías nos llevan a un sentido último en la vida, que no depende de otros, ni de nuestros proyectos ni de nuestra dignidad, sino de Dios, el sentido espiritual de la vida.

Esta teoría fue el resultado de sus reflexiones y experiencias, propias y ajenas, durante sus años vividos –sobrevividos- bajo el terror nazi. Tras la liberación del campo de Turkheim, el 27 de abril de 1945, Frankl comenzó a buscar un sentido a su propia supervivencia, "el para qué habré quedado vivo"; y por qué unos sobrevivieron y otros no. A finales de ese año, a lo largo de nueve días, fue dictando "entre lágrimas" a tres secretarias del Hospital Policlínico de Viena (donde era jefe del Departamento de Neurología) el testimonio de sus experiencias en los campos de concentración, tomando como referencia docenas de papelitos que había ido rellenando en su cautiverio. "Aquellos que tienen un por qué para vivir, pese a la adversidad, resistirán", nos dice Frankl. En los campos pudo percibir cómo las personas que tenían esperanzas de reunirse con seres queridos o que profesaban una gran fe, tenían mejores oportunidades que los que habían perdido toda esperanza. La elección dependía de cada uno, pues el ser humano es libre y cada persona elige "si dejarse determinar por las circunstancias o enfrentarse a ellas". Al final, concluye: "Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también el que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padre Nuestro o el Shema Yisrael en sus labios".

El libro se publicó en 1946 bajo el título de El hombre en busca de sentido, destinado a todas las personas que habían sufrido las consecuencias de la guerra, y que a lo largo de 60 años ha dado también esperanza a millones de personas con millones de sufrimientos diferentes. En estos tiempos de vacío y desesperanza será un buen momento para repasar la lección de Viktor Frankl y aplicar su ecuación a la inversa: Esperanza = Sufrimiento con Propósito. Si él encontró sentido al sufrimiento extremo, qué no podremos conseguir nosotros con nuestras pequeñas o grandes tragedias.

escrito por Pepe Alvarez de las Asturias para elsemanaldigital.com.

sábado, 14 de julio de 2012

Muere a los 95 años el piloto que falsificó la documentación de los presos que escaparon en ‘La Gran Evasión’


Escrito por Roberto Arnaz el 23/04/2012 para Informacion.com.

El teniente del ejército del aire británico Alex Cassie fue el encargado de proveer de salvoconductos falsos a los 76 prisioneros que se fugaron del campo de Stalag Luft III durante la II Guerra Mundial. El oficial, que sufría de claustrofobia, decidió quedarse en los barracones para no entorpecer la fuga. Aquello le salvó la vida.
La madrugada del 24 al 25 de marzo de 1944 era una noche cerrada, sin luna, en el campo de prisioneros de Stalag Luft III, a 160 kilómetros al sureste de Berlín. Aquella oscuridad proporcionó la coartada perfecta para que un grupo de 76 prisioneros de guerra, en su mayoría británicos, protagonizasen la fuga más recordada de la II Guerra Mundial.

Durante meses, los combatientes aliados habían excavado un túnel a 10 metros de profundidad bajo sus barracones, y aquella noche oscura se decidieron a recorrer a rastras los apenas 103 metros que les separaban de la libertad.

En sus bolsillos, llevaban unas excelentes falsificaciones de cédulas de identificación, salvoconductos e incluso cartas de sus supuestas novias o esposas, redactadas en un perfecto alemán, claro. Toda precaución era poca para no caer en las garras de la Gestapo.

La mayoría de aquella documentación nació de la pericia de Alex Cassie, teniente del ejército del aire británico apresado después de que el ejército nazi derribase su avión mientras intentaban hundir un submarino alemán en el Golfo de Vizcaya en septiembre de 1942. Cassie fue quien organizó a los 12 copistas que elaboraron las falsificaciones, lo que le convirtió en una de las figuras claves que propició ‘La Gran Evasión’.

Tras la muerte el año pasado de Jack Harrison, se convirtió en el único miembro vivo de la llamada ‘X-Organisation’, el comité de presos que organizó la fuga. Tras su fallecimiento el pasado 5 de abril en un asilo de Surrey (Inglaterra) a los 95 años de edad, aquel memorable episodio bélico ha quedado huérfano.

Financiada con tabaco

Para elaborar los documentos, Cassie y su equipo de falsificadores utilizaron el mejor papel de los libros que llegaban al campo de prisioneros de la mano de Cruz Roja. El resto de los elementos necesarios –entre ellos, la tinta y el material fotográfico– lo consiguieron sobornando a los guardas con tabaco.

Incluso consiguieron una máquina de escribir alemana con la que calcar la tipografía utilizada por los nazis en sus salvoconductos. Cassie envejeció los documentos sumergiéndolos en te frío y los estampó con sellos fabricados con los tacones de caucho de las botas militares.

Su particular personalidad inspiró el personaje del teniente Colin Blythe, interpretado por Donald Pleasence en la adaptación cinematográfica de la multitudinaria fuga de Stalag Luft III, protagonizada en 1963 por Steve McQeen, James Garner y Charles Bronson. “Como entretenimiento cinematográfico es muy notable, pero la película no es demasiado fiel a lo que sucedió en realidad”, explicó Cassie al diario escocés ‘The Aberdeen Press’ en el año 2000.

Presa del pánico

A pesar de estar entre los elegidos para abandonar el campo de prisioneros, Cassie decidió no entrar en el túnel la noche de la fuga. Tenía claustrofobia y temía que el pánico se apoderase de él y echase abajo la operación. Aquello, muy probablemente, le salvó la vida.

Entre los 76 hombres que lograron escapar, sólo tres consiguieron llegar sanos y salvos hasta el Reino Unido. La suerte fue más esquiva para los otros 73 fugados: 23 fueron capturados y devueltos al campo de concentración, mientras que los 50 restantes fueron ejecutados por los nazis.

“Mis cinco compañeros de barracón murieron fusilados”, recordó Cassie en una de sus últimas entrevistas, concedida al periódico británico ‘The Sun’ en 2001. “Todavía me pregunto por qué no fui”, explicaba, mientras reconocía que todavía entonces, casi 60 años después, le invadía el sentimiento de culpa: “¿Por qué tuve que ser yo el afortunado?”.

Escrito por Roberto Arnaz el 23/04/2012 para Informacion.com.

martes, 3 de julio de 2012

MONUMENTO ERIGIDO EN HONOR A LAS VICTIMAS DEL HOLOCAUSTO NAZI (ALMERÍA)


El monumento representa la escalera en la que muchos de los prisioneros del campo de Mauthausen murieron transportando pesadas piedras, y alrededor de ella se levantan 142 columnas, una por cada víctima almeriense.






jueves, 28 de junio de 2012

Almería homenajea a 142 almerienses que murieron víctimas del holocausto nazi

EFE Almería 05/05/2012 06:32


Cerca de 200 personas han participado hoy en Almería capital en un acto de homenaje a las víctimas del holocausto nazi en el que se ha recordado a los 142 almerienses que perdieron la vida en el campo de concentración de Mauthausen, donde fallecieron más de 6.000 españoles, 1.500 de ellos andaluces.
El acto ha sido convocado por el PSOE, IU y el PCA, con la colaboración de la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica Rocamar, con motivo de la conmemoración, el 5 de mayo, del 67 aniversario de la liberación del campo austríaco.
El homenaje, que se celebra cada año, ha tenido como escenario el monumento erigido en el parque de las Almadrabillas de la capital almeriense en honor a las víctimas del holocausto nazi, junto al antiguo cargadero de mineral.
El monumento representa la escalera en la que muchos de los prisioneros del campo de Mauthausen murieron transportando pesadas piedras, y alrededor de ella se levantan 142 columnas, una por cada víctima almeriense.
El acto ha sido presentado por la periodista Antonia Sánchez Villanueva, subdirectora de La Voz de Almería, y la vicepresidenta de la Asociación de Memoria Histórica Rocamar, Martirio Tesoro, ha sido la encargada de leer el manifiesto en recuerdo de las víctimas y en defensa de los valores humanos.
En declaraciones a los medios de comunicación, Tesoro ha explicado que el objetivo es "seguir la estela de los supervivientes, que se juramentaron" para que "nunca más" ocurriera algo como lo que sufrieron.
La intención, ha expuesto, es hacer "un recordatorio contra las dictaduras y el totalitarismo" para "no caer en el error y el horror del olvido".
"Que se sepa, sin odios, sin rencores, lo que pasó para que no volvamos a caer en esa pesadilla", ha dicho Tesoro, quien ha expresado su temor ante los "movimientos xenófobos y racistas que hay en Europa".
También ha participado con unas breves palabras la hija de Antonio Muñoz Zamora, último superviviente almeriense del campo de Mauthausen, que vio un sueño cumplido con la inauguración del monumento en 1999, y cuyas cenizas se esparcieron en la orilla del mar junto al lugar tras su fallecimiento en 2003.
El acto, en el que se ha reivindicado la correcta conservación del monumento, catalogado por la Junta de Andalucía como Lugar de la Memoria Histórica, ha finalizado con una ofrenda floral al monumento y la interpretación del Himno de Riego a cargo de la Banda Municipal de Música. 

Extraido de publico.es

miércoles, 25 de abril de 2012

Cuando todo un país se convierte en Schindler: el caso de los judíos daneses

 

Todos conocemos el gran ejemplo del industrial alemán Oskar Schindler, inmortalizado magistralmente por Steven Spielberg en el cine, que salvó a miles de judíos de las cámaras de gas o el caso del embajador español Ángel Sanz Briz en Budapest, donde contribuyó a salvar la vida de más 5.000 judíos proporcionándoles pasaportes españoles falsos.
Pero si hay un caso realmente sorprendente en la historia del Holocausto de los judíos en la II Guerra Mundial es el del pueblo danés que ayudó heroicamente a salvar la vida a prácticamente toda su población judía (más de 7.000 personas por entonces).

La Invasión de Dinamarca por Alemania fue parte de la Operación Weserübung ejecutada el 9 de abril de 1940, cuando los alemanes cruzaron la frontera danesa violando su neutralidad. Para evitar un inútil derramamiento de sangre, el gobierno danés se rindió casi inmediatamente, y como recompensa se les respetó su autonomía. Inicialmente existió un trato amable de Alemania al pueblo danés durante los primeros años de la ocupación militar, lo cual se puede explicar basándose en la ideología de la superioridad nórdica. Debido a esta situación Dinamarca fue considerada un “protectorado modelo” por Hitler, al punto que se permitió al Parlamento danés seguir funcionando y se mantuvo en libertad al rey Cristian X, aunque los nazis impusieron censura de prensa y controlaban cada aspecto de la vida política y económica del país.

Todo ello hasta que los continuos ataques de la resistencia danesa en el verano del 42 hicieron cambiar la actitud de los alemanes que inician una dura represión que obliga al Gobierno danés a dimitir en pleno en agosto de 1943, asumiendo entonces los nazis el control absoluto del país. Es en ese momento cuando el mismo Hitler decide iniciar la deportación también en Dinamarca y ordena a las SS el arresto de todos los judíos del país en una redada que se llevará a cabo el 1 y 2 de octubre de 1943.

Pero el diplomático alemán Georg Ferdinand Duckwitz advierte secretamente a la resistencia danesa de este hecho el 28 de septiembre. Los daneses respondieron rápidamente organizando una campaña nacional para sacar de contrabando a los judíos por mar rumbo a Suecia, que era un país neutral. Advertidos sobre los planes alemanes, los judíos comenzaron a irse de Copenhague, donde vivía la mayoría de los casi 8.000 judíos de Dinamarca, y de otras ciudades, en tren, automóvil y a pie. El pueblo danés les dio cobijo en sus casas, hospitales e iglesias.
Entonces, en un período de dos semanas, los pescadores ayudaron a trasladar en barco a unos 7.200 judíos daneses y a 680 familiares no judíos a un lugar seguro a través del angosto cuerpo de agua que separa Dinamarca de Suecia. Así, en la redada de las SS en Copenhague y otras grandes ciudades apenas pudieron arrestar a 500 judíos que fueron deportados al ghetto de Theresienstadt en Checoslovaquia.

Gracias a la valerosa actitud del pueblo danés pudieron salvar la vida de prácticamente todos sus vecinos judíos. En un hecho sin precedentes en los países ocupados por los nazis durante la II Guerra Mundial, en Dinamarca sobrevivió el 99% de la población judía. En el guetto de Theresienstadt tan sólo murieron 51 judíos daneses, la mayoría de avanzada edad. Un ejemplo de como todo un pueblo unido puede hacer frente a la barbarie.

escrito por Javier Domingo para el blog Mr. Domingo.

domingo, 1 de abril de 2012

Bach en Stalingrado


Durante la Nochevieja, la disciplina en el revitalizado 62 Ejército se relajó y, a lo largo de la orilla, los oficiales soviéticos de elevada graduación organizaron una serie de reuniones en honor de los actores, músicos y bailarinas que visitaban Stalingrado para entretener a las tropas. Uno de estos artistas, el violinista Boris Goldstein, se alejó y se dirigió a las trincheras para llevar a cabo otro de sus conciertos de solista para los soldados.

En toda la guerra, Goldstein nunca había visto un campo de batalla parecido a Stalingrado: una ciudad tan terriblemente destruida por las bombas y la artillería, con montones de esqueletos de centenares de caballos descarnados por el hambriento enemigo. Y como siempre, también aquí se encontraban los siniestros policías de la NKVD rusa, que permanecían entre la línea del frente y el Volga, comprobando la documentación de los soldados y disparando contra los sospechosos de deserción.

El horrible campo de batalla conmovió a Goldstein y tocó como nunca lo había hecho antes, horas y horas, para: unos hombres que, obviamente, amaban su música. Y, aunque todas las obras alemanas habían sido prohibidas por el Gobierno soviético, Goldstein dudaba de que ningún comisario protestase durante aquella noche. Las melodías interpretadas por él fueron dirigidas mediante altavoces hacia las trincheras alemanas y, de repente, cesó el tiroteo. En el espectral silencio, la música surgía del inclinado arco de violín de Goldstein.

Cuando acabó, un gran silencio cayó sobre los soldados rusos. Desde otro altavoz, situado en territorio alemán, una voz rompió el hechizo.

En un vacilante ruso rogó:

- Toquen algo más de Bach. No dispararemos.

Goldstein volvió a tomar su violín y empezó a tocar una viva Gavotte de Bach.

(del libro Stalingrado de William Craig)